Cortamos la humedad con el filo de una palabra:
cada misterio ha de ser develado
como si en ello nos fuera la vida.
Caminamos. Una brisa tenue diluye
cada pensamiento fugaz:
sólo permanecen los imperecederos.
Una y otra vez caen las hojas,
como han caído siempre,
como han de caer, tan inexorablemente.
Nos miramos como si fuera la última vez
que nos tocara develar ese misterio.
Pero los misterios, como las hojas,
regresan una y otra vez.
Es en esa eternidad cíclica que fluyen,
alimentados por la energía de lo indefinible.
© Ernesto G., 2013
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