Vano el
oro a mí asiste con sus brillos y medallas,
vano el
cerco prodigioso de la sangre, discípulos,
con la
solida razón vamos derecho al matadero,
dioses,
reses, símbolos, atómicas figuras del todo,
allá
van nuestros húmedas corazas, la epidermis,
los puentes
cruzados hace siglos por pies extraños:
es esta
nuestra voz desde el abismo, sempiternos,
rectilíneos,
aritméticos, algebraicos, derrotados.
Vano el
oro y sus contornos, vano el fastuoso
comedero
de vísceras, hígados, estómagos, arterias:
vano el
río que fluye incesante en nuestras cabezas.
Ernesto G.