Desde Suiza, otra colaboración de “El Beno”
Lilianne tiene pasaporte americano. Y sangre, si la sangre tiene nacionalidad. Sus padres vienen de California y Maine, aunque mezcla hubo hace mucho más de medio siglo. Una calle de mi pueblo en Suiza lleva el nombre de su abuelo, célebre diplomático local que obró por la amistad entre los dos países y al final decidió establecerse en Washington. Pero Lilianne nació en Japón, vivió en Australia y en Vietnam (cuya lengua habla y traduce), pasó casi toda su escolaridad en Ginebra. Sólo al llegar la hora de la universidad sus padres la enviaron “a la fuente”, a los Estados Unidos.
Y tú, ¿qué te sientes tú? Pregunto tontamente, mientras saboreamos un vino que honora su visita de paso fugaz desde Hong Kong, donde ahora vive con esposo e hijas. ¡Suiza al cien por ciento!, me responde sin vacilación. “Cuando estudiaba en el collège (que en Ginebra equivale a la High School) los otros al saber mis orígenes me decían: ‘Ah, americana? Puah! Yo detesto los USA!’ Eso me hacía reaccionar, y defender con uñas y dientes el país de mis padres. Nunca me sentí más americana. Luego, cuando llegué à Berkeley, me di cuenta de algo que me cayó encima como un cubo de agua fría: no tenía nada que ver con ese país. Comprendí en ese momento que era, y sería desde entonces, definitivamente suiza”.
Lilianne tiene un esposo originario de Mauricio que se siente australiano porque vivió, estudió y tuvo sus primeros éxitos – financieros y en amor – en el país de los canguros, del que conserva el pasaporte. Sus hijas, dos hermosas mestizas, se sienten suizas, pero prefieren la comida asiática, son bilingües (hablan más inglés que francés en casa) y pronto trilingües, porque aprenden el chino en Hong Kong, su ciudad adoptiva – y adoptada.
¿Cómo se construye la identidad? ¿Qué significa la nacionalidad, más allá (o acá) del documento administrativo? ¿Qué significa decir “yo soy esto o lo otro”: cubano, cubano-americano, americano, mexicano, suizo de segunda generación (secondo, como llaman a los descendientes de emigrados en Suiza)? ¿Qué resortes hacen resurgir una identidad escondida o ahogada? La segunda copa de vino llega, fresca como este atardecer en una pequeña islita sobre el Ródano, a la entrada de Ginebra. El Ródano, que acaricia vertiginosamente la lengua de tierra que lo corta en dos. El Ródano, que fue uno (y fue lago) antes de ser dos, y será de nuevo uno, y luego nada, al desembocar, cientos de kilómetros al sudoeste, en el mar Mediterráneo.
Texto y foto: “El Beno”