Creamos una ciudad invisible, una metrópolis impenetrable.
Alzamos las banderas, los cientos de banderas, los miles de banderas,
los millones de banderas.
Fuimos felices sin apenas intentarlo.
No hubo voces altas, razonamientos poderosos,
discursos impecables.
Vivíamos.
Trabajábamos.
Creábamos.
Nos reuníamos con los amigos los fines de semana.
Hablábamos.
Nada despertaba esa pasión que nos separa de los que más
queremos.
Nada era tan importante.
Éramos una isla perdida en medio del océano.
No teníamos destino.
No buscábamos un significado.
No sacrificábamos a nuestros hijos.
Vivíamos.
Éramos el último reducto de libertad,
pero no lo sabíamos, pero no lo pensábamos.
Vivíamos.
Creábamos.
Éramos Thamacun.
Éramos la Playa.
El destino.
5 comments:
muy bueno, Ernesto!!
Inspirado en una novela que les recomiendo, Erótica.
O, yes!, eso fue verdad
Gracias amigo, bello poema que copiaremos en breve...
saludos
Gracias a todos.
Gracias a ti, Añel. Saludos.
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