Friday, April 30, 2010
Tuesday, April 27, 2010
Sunday, April 25, 2010
Thamacun
Creamos una ciudad invisible, una metrópolis impenetrable.
Alzamos las banderas, los cientos de banderas, los miles de banderas,
los millones de banderas.
Fuimos felices sin apenas intentarlo.
No hubo voces altas, razonamientos poderosos,
discursos impecables.
Vivíamos.
Trabajábamos.
Creábamos.
Nos reuníamos con los amigos los fines de semana.
Hablábamos.
Nada despertaba esa pasión que nos separa de los que más
queremos.
Nada era tan importante.
Éramos una isla perdida en medio del océano.
No teníamos destino.
No buscábamos un significado.
No sacrificábamos a nuestros hijos.
Vivíamos.
Éramos el último reducto de libertad,
pero no lo sabíamos, pero no lo pensábamos.
Vivíamos.
Creábamos.
Éramos Thamacun.
Éramos la Playa.
El destino.
Saturday, April 24, 2010
Mi problema es ahora con el pollo
Mi problema es ahora con el pollo. Es que dicen que si uno se lo come, le produce desviaciones en el sexo. No sé si es que el pene a uno se lo joroba o qué. No he entendido la cosa muy bien. A mí me gustaría que el mío se quedara recto, listo para la batalla. El otro día una amiga me invitó a Pollo Tropical y le dije redondamente que no. ¿Y Kentucky Fried Chicken? Tampoco. Menos que menos. Tú ‘tás loca. Nada de pollo. Lo mío es ahora el bisté, las costillas, el pescado. El pollo, ná, qué va.
Thursday, April 22, 2010
Sunday, April 18, 2010
Tuesday, April 13, 2010
Sunday, April 11, 2010
Wednesday, April 7, 2010
Sunday, April 4, 2010
Saturday, April 3, 2010
Thursday, April 1, 2010
Un cuento de Ángel Santiesteban
La madre
Entra al salón en busca de su hijo, en la visita anterior le dijeron que por indisciplina lo mandaron a la celda de castigo, allí estaría veintiún días, con media ración de comida y sin sol: así que para verlo, debía esperar al mes siguiente.
Ahora, ella busca entre decenas de presos con sus familiares, sin encontrar a su hijo; es imposible no reconocerlo, los guardias debieron equivocarse y dejarlo dentro de la galera. Va a la puerta a preguntarle a los oficiales: su hijo no está. Ellos insisten en que sí, y le enseñan la foto en la tarjeta que todos tienen como identificación.
La madre regresa al salón y pacientemente busca uno por uno. Al llegar al final y no encontrarlo comienza a llorar, pero comprende que pierde tiempo y que luego que los guardias no se lo tendrán en cuenta, así que supera su nerviosismo y reinicia la búsqueda, también infructuosa.
Cuando la vuelven a ver angustiada, los guardias se enfurecen, le dicen que su hijo si está, que por favor, si ella no lo crió que busque a la persona que lo hizo para que le indique dónde está.
Prefiere callar, sin aclarar que crio a sus hijos sola y nunca tuvo quién la ayudara. Y repasa nuevamente cada rostro. Cuando revisa y no lo encuentra, le da vergüenza molestar otra vez a los sargentos.
En el salón, sólo hay un muchacho que duerme, solitario, con el rostro escondido entre sus brazos, pero por mucho que lo mira, nada le indica que sea su hijo. Está pelado a rape, su cabeza es demasiado pequeña, los brazos flacos, la piel muy blanca y la espalda estrecha. Su hijo es alto y fuerte. Aunque le llama la atención que todos los presos estén con su familia y él no. Se acerca, desconsolada, a pesar de saber que lo hace por gusto.
Con temor, lo toca por el hombro: el muchacho levanta la cabeza y la abraza.
Tomado del libro Dichosos los que lloran
Premio Casa de las Américas
2006
CUENTO