Desperté asustado. Sudaba. Miré a mi alrededor. Yacía sobre una camilla llena de algodones, gasas e instrumentos quirúrgicos. La habitación, sin puerta, estaba pintada de blanco. Del techo colgaba un bombillo que emitía una luz amarillenta, sucia. Una línea roja, impecablemente recta, dividía la pared en dos. Cuando intenté pararme, caí al suelo. Mi cuerpo había sido cercenado en dos con una perfección inmejorable. Mis piernas permanecían en la camilla. No parecían muertas. Mi nuevo estado físico no me sorprendió. Lo que me asustó fue no haberme sorprendido. Temí por mi razón, olvidando que si en verdad me había vuelto loco, jamás podría confirmarlo. Me molestaba más la claustrofobia que el hecho de haberme convertido en un ser de dos partes. Siempre me había gustado el color blanco pero la raya roja que dividía la pared me atemorizaba en extremo. Me parecía un chiste de muy mal gusto. Alargué los brazos y recogí mis piernas. Las puse a mi lado. Las miré detenidamente. Nada indicaba que ya no pertenecían a mi anatomía. Esta observación me condujo a varias dudas. ¿Cuál era yo? ¿La parte de arriba o la de abajo? Al principio creí resolver esta duda cuando deduje que como la parte de arriba era la que pensaba y vivía, esa parte era yo. Pero pronto regresó la niebla de la duda porque recordé que mis extremidades inferiores no habían muerto y porque me llegó otra duda aun más difícil todavía: ¿Estaba seguro de que era la parte de arriba la que pensaba? ¿Cómo podría confirmarlo? ¿No seria la de abajo? Del mismo modo que me separaron las piernas del cuerpo manteniéndolas vivas, pudieron haber trasladado las funciones de mi cerebro para alguna zona de mis extremidades inferiores. Tomé un frasco vacío que estaba sobre la camilla y lo llené de sangre. Sentí una necesidad urgente de escribir poemas, al menos eso me parecieron las inscripciones que hacía en las paredes. Al poco tiempo de haber empezado mi obsesión por la escritura, me di cuenta de que a veces algo me sugería que escribiera bajo la línea roja y otras me rogaba con mucha vehemencia que lo hiciera por encima de la línea. Los poemas de arriba eran totalmente diferentes a los de abajo, aunque era obvio que tocaban los mismos temas.
Finalmente, me quedé sin espacio en blanco donde escribir mis versos. La sangre también se agotó. Agarré con fuerza el bombillo y lo lancé al suelo. Me subí a la camilla y uní con cierta tristeza la parte de arriba con la de abajo, o viceversa, no estaba seguro. Cerré los ojos. Me dormí a esperar.
6 comments:
Esto es una variante interesante de aquel sueño qeu todos hemos tenido donde uno despierta y se ve acostado muerto en la cama. Y uno sabe que uno está muerto, etc.
Pero porqué escribes poemas?
Saludos,
Al Godar
Esto lo escribí hace muchos años. No recuerdo muy bien las circumstancias (tampoco eso importa mucho de todas maneras, no?). Saludos. Gracias por la visita y el comentario. Siempre es bienvenido por aquí.
Un sueño, un poema en prosa, una novela surrealista. Niobe.
Gracias, Niobe, siempre es un honor que me visites y comentes.
Excelente, Ernesto, me sentí yo misma ahí...
Gracias, Isis.
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