El ruido, las nueces, la avalancha, las velas,
el encierro, el mundo subiendo por las escaleras
del palacio, el jardín colmado de secretos, la nieve
y otra vez la nieve, el candelabro alumbrando
la noche de las traiciones.
Olores que penetran el alma de los objetos,
el alma creando imperios y necedades,
la luz siempre, la luz, siempre luz.
Un suspiro en el resplandor irreverente de la espada,
la tempestad junto al hambre del amor,
una calma de violines danzando en la eternidad de lo efímero.
Huellas en las manos de la angustia, la grandiosidad humilde
de dios atando estudiadas coincidencias,
luces renaciendo desde lo oscuro en pos de la historia,
animales disueltos en las plazas de los ahorcados,
oh, la plenitud definitiva de la muerte.
La danza tan obvia de las máscaras, una mano aquí tierna
y la otra allá manipulando detrás de las poses,
el gran teatro girando en círculos eternos,
volando hacia un lugar desconocido,
creyendo ser finalmente lo final
para finalmente volver a ser lo transitorio.
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