Desde Suiza, otra colaboración del Beno. Las fotos que acompañan el post también son suyas.
Mis ocupaciones profesionales me llevaron hace algún tiempo a las montañas del norte de Tailandia. Luego de una breve estancia en una tribu de Hmong animistas, me fui a visitar una tribu Karen. Los Karen son gente jovial y emprendedora, y su artesanía textil es de una justa belleza, elegante y sin excesos. Viven en casas sobre pilotes como hace mil años y son conocidos por ser expertos domadores de elefantes.
En el poblado donde dormí no había elefantes: sus habitantes cultivan arroz y no reciben turistas (yo no iba en calidad de tal). Un misionero americano los había convertido al protestantismo (bautismo) en los años 50. Decliné con respeto una invitación al culto en lengua karen (mi escaso vocabulario no me hubiera permitido saber si se citaba a Isaías, a Jeremías o al jefe de la aldea - no hubiera sabido donde meter el “amén”… y sí la pata). Pude así hacerle compañía a la abuelita, quien, por haber nacido mucho antes del 50, había depositado su fe en otra parte.
En la noche descubrí con inmenso asombro que un hijo de la mencionada abuelita era fanático del boxeo cubano – citaba nombres y todo. Para compensar su decepción al confesarle que yo no compartía su entusiasmo, le ofrecí uno de los puros dominicanos que, como buen criollo fumador del exilio, llevo siempre conmigo. Decliné lo más cortésmente que pude las hojas de sospechoso aroma con las que quiso agradecerme así que, no queriendo fallar a la sagrada tradición del trueque, me ofreció un típico cencerro karen, utilizado por uno de sus búfalos (aquí búfalo es búfalo, no el bisonte americano cuyo nombre en inglés puede confundir). Era un rústico pero bello objeto que traje conmigo – está en mi salón – y que me dio, y me da, mucho que pensar.
Los cencerros “occidentales” - y en Suiza, con todas esas vacas, no es lo que falta – tienen el badajo en el interior: el sonido se logra cuando éste choca contra las paredes interiores del mencionado instrumento. El cencerro karen fue concebido siguiendo una lógica diferente. Es una sabia combinación de maderas duras y semiduras. Dos brazos articulados percuten alternativamente las paredes exteriores del instrumento siguiendo el balanceo del animal: se mueve a la izquierda, el brazo derecho golpea; se mueve la derecha, es el brazo contrario el que provoca el sonido. Sonido que, aunque de coloratura menos punzante y más sutil, más mezzo que soprano (pienso en la deliciosa Vivica Genaux) no difiere mucho, al fin y al cabo, del de sus parientes occidentales. Y su función es, grosso modo, la misma: señalar la presencia de los miembros del rebaño y, ocasionalmente, espantar predadores. La diferencia es el efecto estético, fruto de una visión del mundo: los brazos que se alternan bamboleantes cual un músico ebrio, la conjunción de los contrarios. Y esa involuntaria respuesta euclidiana a un célebre koan zen: ¿quién conoce el sonido de una sola mano?
5 comments:
Me ha fascinado este post, además, anoche vi Gran Torino, que tiene que ver indirectamente con lo que cuenta el post, el descubrimiento de otra cultura. Gracias.
Zoe, de acuerdo contigo.
Gracias Zoe. Gracias Ernesto. Me alegro que les haya gustado.
El B.
Este es un post evocador,m gracias!
Gracias a Ud, Teresa. Es un mundo de una extraña pureza, difícil de aprehender.
El B.
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